Vivir del mercado ya no alcanza: locatarios piden a la gente volver a San Juan

Dicen enfrentar una baja constante en las ventas, una imagen pública desgastada y la competencia creciente de supermercados y negocios informales

A pesar de los festejos por el 60 aniversario del Mercado Revolución —mejor conocido como Mercado San Juan—, la realidad diaria para quienes comercian en sus pasillos es cada vez más compleja. Lejos de los días de bonanza, los locatarios enfrentan una baja constante en las ventas, una imagen pública desgastada y la competencia creciente de supermercados y negocios informales.

Uno de los mayores problemas señalados por las y los comerciantes es la disminución drástica en la afluencia de clientes, la percepción generalizada de que los precios dentro del mercado son elevados ha alejado a los compradores, aunque los mismos locatarios lo desmienten. “Aquí hay cosas desde quince o veinte pesos, y todo lo traigo fresco de la Central de Abastos”, afirma Carmen Corona, vendedora de verduras desde hace 40 años.

La situación ha obligado a los comerciantes a buscar formas de mantenerse a flote. Algunos aprovechan temporadas altas como el Día de las Madres o la Navidad, mientras que otros ajustan precios según su ubicación dentro del mercado para atraer a los pocos clientes que se animan a recorrer los pasillos más alejados. “A veces sí vendemos, a veces no. Ya depende del día y de la suerte”, comparte Lupita, vendedora de plantas medicinales desde hace más de tres décadas.

Aunque muchos son ya segunda o incluso tercera generación de comerciantes, hoy reconocen que el oficio de vender en el mercado ha dejado de ser sinónimo de progreso económico. Lo que antes representaba una forma de vida sólida y respetada, hoy exige resistir día a día entre la incertidumbre y la esperanza.

El aislamiento de los pasillos más profundos, la falta de publicidad, el abandono institucional y la escasa seguridad son parte de los reclamos constantes. “Muchos creen que ya ni existimos. Necesitamos promoción, remodelación y que el ayuntamiento se acuerde de que aquí trabajamos muchas familias”, lamenta Alonso Cisneros, quien vende chiles secos y abarrotes desde hace 25 años.